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Por Israel López

Entre fotos, rocas, mosquetones y mochilas me encuentro recordando lo que tal vez pareciera no ser verdad. Milagro, poder o simplemente suerte. Hace 17 días todo pudo haber sido diferente para mí; al menos hoy, yo no existiría, pero estoy vivo y esa es la gran diferencia.

“Tu universo esta hecho de un poco de realidad y fantasía y, aunque parezca pequeño puede volverse infinito.”

Era viernes 22 de diciembre de 2001. Aproximadamente 40 personas tomábamos un curso de espeleo-rescate impartido por franceses en Sierra de Álvarez. Todo iba tranquilo y normal, llevábamos ya cuatro días en el curso realizando simulacros de rescate en la ciudad, y éste día sería la primer experiencia de realizar un simulacro en cueva. Como era de esperarse todos estábamos muy entusiasmados.

 Ya desde las 10:00 a.m. de la mañana; todos nos reunimos al frente de un pizarrón el cual habían montado los instructores para mostrar los tres lugares a visitar (carbonera, pablo alderet y el encino), solo se realizaría una práctica por lo que habría que formar tres grupos, uno para cada cueva. En Carbonera y Pablo Alderet se realizaría un rescate con camilla; en el Encino sería un rescate sin camilla. Cada quien escogería a qué grupo se incorporaría (siempre y cuando alcanzara lugar) De pronto se escuchó la voz de uno de los instructores – Bernanrd –, y dijo así: “Pues que esperáis, a anotarse todos”. Pareciera que una avalancha de gente terminaría por tragar al pizarrón. Todos querían estar con sus amigos en el mismo grupo, y así fue casi para todos; cada quien con su cada cual.

Finalmente yo quedé en Carbonera, junto con mis tres amigos: Churris, Chava y la Beba, los cuatro pertenecíamos a una asociación llamada APME. Aunque el gusto por estar con mis cuates en el mismo grupo (Carbonera) era grande, debo admitir que me inquietaba la idea de que los cuatro veríamos exactamente la misma técnica, y que tal vez si nos dividíamos podríamos aprender más unos de otros al tener diferentes objetivos. Conclusión, alguien de nosotros debía de ir al Encino, para realizar un recate sin camilla.

Una vez que todos nos anotamos se comentó que faltaba una persona más en el Encino y sobraba alguien en Carbonera, la pregunta era ¿Quién?… Finalmente yo accedí. O.K. era hora de que cada equipo se reuniera para aclarar cuestiones de directivas, organización de equipo y distribución de rescatistas y jefes de equipo.

¿Ya estamos todos entendidos? – preguntó el jefe de mi equipo – y después de una señal unánime aprobatoria respondió: OK. Pues que cada quien valla a armarse con su equipo y reúna el equipo común que le corresponde, es tiempo de divertirnos. Todos debíamos de darnos prisa, por que pronto estarían aquí las tres camionetas (que en realidad eran ambulancias viejas que ya no operaban como tales) que nos llevarían a nuestros tres diferentes destinos.

Poco a poco despedimos a cada grupo, y digo “despedimos” porque mi equipo fue el último en partir. No recuerdo con precisión quienes éramos, solo sé que íbamos 2 mujeres y nueve hombres incluyendo a Bernard (uno de los instructores franceses). En cuanto a la distribución de rescatistas y jefes de equipo solo tengo un recuerdo muy general y estoy seguro de que con un diagrama sería más explicito que con palabras.

Después de un pequeño viaje llegamos por fin al lugar deseado: “El Encino”. Eran ya las 12 p.m. cuando empezamos a descender; el orden de descenso fue: en primer lugar el equipo número cuatro, después el equipo tres y finalmente nosotros, el equipo dos. Ya todos en posición estábamos listos para armar el sistema de rescate.

En cuanto a mi corresponde, fui el responsable de preparar un anclaje seguro para la parte alta de la tirolesa. Fue una tarea realmente difícil porque la mayor parte de la pared era concreción y no era segura para utilizar un “bolt”; y aunque en las partes bajas de la pared (cerca del piso, por así llamarlo) existía buena roca caliza, era un lugar inconveniente pues la tirolesa quedaría muy baja y esto podría ocasionar que el herido golpeara en su trayecto con rocas de la rampa; finalmente escogí una parte muy alta de aproximadamente 3 metros, a nivel del piso o rampa en la que nos encontrábamos, pero sobre el tiro. (en realidad debajo de mi había más de 90 metros de caída).

Realicé una escalada algo difícil para mí, utilizando como seguros solo dos cintas tubulares independientes las cuales pasaba de una formación o estalactita a otra de manera que pudiera ascender poco a poco hasta el punto adecuado. Y fue allí donde instalé un distribuidor de cargas y de allí se ancló la tirolesa.

Todo salió bien el herido pasó por la tirolesa para después pasar al sistema de balanceo que le llevaría a la superficie y finalmente ocupar el sistema de tracción que lo jalaría hasta un lugar seguro. — Hora de desarmar, cada equipo desarme lo suyo. – Pues ni modo; habría que esperar a que los de abajo subieran para que nosotros pudiéramos desarmar nuestra parte e irnos. Al final se quedo mi equipo; yo desarmé la tirolesa y comenzamos el ascenso.

Había tres cables por los cuales se podía subir; el principal y los de la polea (un cable de ida y vuelta); existía una separación de aproximadamente 1 metro entre el cable principal y el de la polea. Se acordó por cortesía y seguridad que las mujeres fueran las que subieran primero, quedando cuatro hombres bajo la superficie. Y mientras tanto yo disfrutaba de una deliciosa comida enlatada. Eran ya las 8 p.m. cuando comenzamos el ascenso 3 hombres, uno por cada cuerda; el nombre de uno de ellos no lo recuerdo, el otro era mi jefe de equipo: FOFO y el tercero era Yo: POLLO.

El orden en el que subimos; el cual se mantuvo durante todo el ascenso; era: el otro, Yo y FOFO. Cada vez estábamos más cerca de la salida y de terminar ese tiro de 49 metros. Recuerdo que para matar un poco el tiempo empecé a cantar mientas subía y FOFO me hacía segunda de repente cada uno cantaba una estrofa de una u otra canción. Finalmente llegamos a arriba, al re-anclaje, alegres de haber casi terminado la prueba, pero allí comenzó lo peor. Habría que pasar de una cuerda a otra; algo nada difícil, pues estoy seguro de que cualquiera de nosotros lo había hecho más de 30 veces y sin ningún problema. Pero esta vez no fue así.

Por olvido dejé la luz de mi lámpara De cabeza encendida. Y digo “por olvido”, porque aunque era de noche, con la luz de la luna Era suficiente para ver, y en cualquier Otra circunstancia similar la habría Apagado. Más tarde me daría cuenta Que haberla apagado hubiese sido una decisión mortal…

Mientras el “otro” pasaba de una de las cuerdas de la polea a la línea entre el árbol y el re-anclaje y empezaba a salir; yo en tanto (haciendo caso omiso del uso de mi cabo corto como seguro extra) acerqué la cuerda del árbol hacia mí y parándome en el estribo del puño logré desconectar mi crol de la línea principal (la del re-anclaje) para conectarlo inmediatamente a la cuerda entre el árbol y el re-anclaje. Y así esperé sentado sobre mi crol durante aproximadamente un minuto mientras “el otro” salía por completo. Así que recapitulando un poco, yo tenía un seguro en una línea y otro en otra; es decir, puño permanecía cerca del bolt, en la línea principal; mientras que el crol se encontraba en la línea del árbol al bolt (o re-anclaje), esto justo después de la “U” que normalmente se origina cuando se realiza un re-anclaje.

Recuerdo bien haber tensionado la cuerda lo suficiente como para que el crol no quedara en la “U”, sino que quedara justo después de la “U” en posición aparentemente vertical. Para entonces FOFO y yo seguíamos cantando hasta que “el otro” logró salir. Seguía yo, pues era mi turno Ya que estaba ligeramente arriba de FOFO.

O.K – dije – y me dispuse a cambiar el puño a la otra cuerda, dentro de mí sabía que al hacerlo, iba a cambiar de posición pues tendría un breve movimiento similar al de un péndulo, y que eso sería totalmente normal pues había jalado la cuerda hacia mi cuando conecté el crol y era obvio que cuando quitara el puño me jalaría hacia la posición normal de la cuerda del árbol y por consecuencia me separaría de la cuerda principal. Pues bien, quité el puño y efectivamente pasó lo que esperaba:

Oscilé, pero también pasó algo que no sabía y mucho menos esperaba: comencé a caer, caída libre.

Segunda Parte

De pronto, en un instante casi imperceptible ya nada era igual.

El miedo más grande que puedes imaginar Invade todo tu cuerpo. No sabes que pasa. Cuando todo lo controlado se sale de todo control posible. Entre más rápido se realiza esta transición más grande es la angustia.

1). Asimilación

Comencé a caer, la transición de un estado de seguridad a otro con la ausencia total de ésta fue tan rápido que el miedo pareciera haberse inyectado como veneno en mis venas permitiendo solo emitir un sonido; casi un grito, casi gemido o casi susurro; antes de paralizar mi cuerpo por completo. Al principio mientras caía, no sabía ni podía comprender lo que estaba pasando. Solo creía saber que las cosas estaban mal.

 ¡Dios mío voy a morir! ¡¡Algo distingo!!, veo figuras opacas, sombras sin forma que suben velozmente frente a mí. Entre las sombras hay algo, es una línea; aún no sé qué es, solo sé que está allí y se distingue porque es casi blanca.

¿Qué está pasando? ¿Qué hago?

¡La línea!… es una cuerda, más bien, son dos cuerdas juntas justo frente a mí, el as de mi linterna está apuntando exactamente a estas. ¡¡¡Si eso es!!! Despierta y sostente antes de que sea demasiado tarde.

Aquí, como en la vida diaria se marca la diferencia de los que despiertan a tiempo y los que no

Tiempo después me daría cuenta de que esas líneas juntas que vi y que me salvaron la vida, se encontraban a por lo menos un metro de distancia de mi justo antes de empezar a caer. Eran las líneas de la polea con que se realizó el rescate. Eran dos líneas. Hice un péndulo justo hasta quedar frente a estas. Mi linterna seguía encendida. Pude reaccionar a tiempo y alcanzar la cuerda.

¡Demasiada Suerte!

2). Punto Crítico.

Mas por instinto que por conocimiento de una oportunidad de vida, logré tomar con mis manos – sin guantes – el par de cuerdas de la polea, inmediatamente después de eso; yo diría medio segundo después, sino es que menos; algo me golpeo fuertemente la espalda; era un borde en la pared que me hizo rebotar bruscamente varias veces contra ésta mientras caía. Toda acción parecía en vano, ¡No frenaba! Mas bien, parecía que caía más y más rápido cada vez.

Recuerdo bien que mientras caía alguien gritó mi sobrenombre (POLLOOOO), y ese grito con aires de angustia, desesperación y tal vez miedo, sentí como si me hubiera acompañado todo el viaje. En ese momento, el solo escucharlo hacia la situación mas tensa en mis ya consternados pensamientos. Era un sonido tan aterrador, tan molesto, tan irritante, tan indeseable que aun lo llevo en mi mente. No estoy seguro si ese sonido duró o no toda la caída, de lo que si estoy seguro es de que en algo me ayudó para mantenerme lúcido mientras caía.

Cada vez caía más y más, mientras descendía rebotaba y raspaba de espaldas contra la pared. El dolor en las manos se empezaba a tornar inhumano, tanto, que por un momento hasta creo que aflojé un poco las manos.

¿Qué va a pasar?, ¿Voy a morir?… Sí, eso es lo más seguro.

¿Tal vez si me sigo sujetando, … , ¡tal vez no muera!

No se en que momento me voy a detener, pero cuando lo haga, creo que va a doler, tal vez mucho… … ¿Y si no siento nada? ¿Y si quedo inservible?

¡¡Se supone que ya debiera acabar esto!! Y sin embargo sigo cayendo ¿Por qué? ¿Qué pasará después? ¿Y mis amigos?… me llorarán, tal vez estén con mis padres cuando me estén velando.

Cuando menos, si muero no será una muerte lenta, así que no sufriré.

Mamá… … papá… NO QUIERO MORIR!, EN VERDAD NO POR FAVOR

¡No!, aunque duela, no te rindas, así que vuelve a apretar y esta vez con más fuerza. Aun tienes una pequeña esperanza, así que no la dejes ir.

Durante la caída… Nunca choqué de frente contra la pared (pudiendo provocar que soltara la cuerda) Ni un nudo, ni un re-anclaje en la cuerda. Siempre me mantuve lucido.

¡Más que suerte!

Cuando vuelvo a tomar la cuerda con todas mis fuerzas ya nada importaba, mi cuerpo y alma se habían unido para luchar por sobrevivir, y para lo único que estaba acondicionado en ese momento era para explotar al máximo cualquier esperanza de vida. Aferrado de la cuerda; como si tratara de que la cuerda y yo fuéramos una sola cosa; seguía cayendo y nada podía detenerme. En un momento, sentí un fuerte golpe, justo en la nalga izquierda, después de esto la velocidad disminuyó poco a poco; podía apreciar, escuchar y hasta sentir como bajaba la velocidad en el simple “chorrear” de las cuerdas al pasar entre mis manos; hasta que de pronto pasó lo inesperado, lo nunca pensado, la situación más absurda e increíble que alguien pudiera haberse imaginado, — tanto que ni siquiera yo lo hubiese creído –.

¡¡Por fin me detuve!!, me había frenado y no lo podía creer.

¿Y ahora qué? ¿Ya acabó todo?… no lo sé ¿El piso? ¡Aun no siento que haya tocado el piso… Oh Dios! ¿Cuánto más falta por caer?

 Ya no creo poder con más. Y no sé por cuantos segundos más pueda sostenerme. Seguro han de faltar entre cuatro y diez metros por caer. Ese fue uno de los instantes más horribles y temidos de la caída.

Me había frenado y aun no sabía cuánto faltaba por caer. Y me encontraba ahí, agarrado de la cuerda como nunca con las manos arriba de mi cabeza, la cabeza — como oculta – entre los hombros y con las piernas recogidas.

¿Qué podía hacer si faltaban varios metros por caer? ¿Tal vez sostenerme con una sola mano, mientras con la otra colocar uno de los seguros en la cuerda?… IMPOSIBLE ¿Esperar colgado a que alguien me recogiera? … NO LO CREO ¿Soltarme o esperar a que empezara a resbalar de nuevo?… TAL VES Lo único que pude hacer fue sacar la cabeza de entre mis hombros y con un esfuerzo único asomarme hacia abajo; por mi costado derecho; solo con la esperanza de que no faltara mucho por caer.

Yo no sé cómo decirlo, pero si esto no fue un milagro entonces no sé qué fue:

Vi el piso aproximadamente a medio metro de mis pies.

Solo hizo falta que extendiera mis piernas para casi tocar la tan temida plataforma. Así que me solté de la soga y quedé de pie, firme, sin una lagrima, sin un pensamiento de terror, sin nada en la mente. Lo único que pude hacer antes de decir nada fue levantar las manos poco a poco hasta que se iluminaron por el haz de luz de mi lámpara. Hubiese preferido no verlas, estaban totalmente destrozadas, sin movimiento, la piel negra y quemada, se podía ver partes del hueso en tres dedos; uno de ellos casi un 50% del dedo; la piel de estos aun colgaba. Y el pensamiento inmediato fue: ¿Podré usarlas otra vez algún día? En eso alguien apareció a mi lado derecho; era el último en subir; no recuerdo su nombre, solo su cara; pero si recuerdo que trataba de hablar, como si quisiera preguntarme ¿Cómo estaba? Pero no podía, tartamudeaba demasiado, estaba muy nervioso y no podía hablar. Del exterior se oían voces, todas alarmadas, hasta que sobresalió la de Bernard:

¿Cómo están allá abajo? ¿Qué paso? ¿Cómo esta Pollo? ¡Estoy bien! – respondí gritando – no pasó nada, es solo que me he quemado las manos y no creo poder subir. Voy para allá – dijo Bernard. El bajó tan rápido, que en otras circunstancias me hubiese sorprendido. Llegando abajo, me vio de pie y pude ver por la expresión de su rostro que estaba muy sorprendido al ver mi aparente y relativo buen estado de salud.

De inmediato me revisó el cuello, las manos, la espalda, etc. Me preguntó muchas cosas de las cuales ya no recuerdo con exactitud. – Que si te duele aquí, que si te duele acá, que como sientes aquí en la espalda, etc. – Necesitarás camilla – comentó entre afirmando y dudando. – No, no es necesario, súbanme del arnés. –respondí –.

Inmediatamente todos empezaron a trabajar bajo las directivas de Bernard. – Preparen el contrapeso para el sistema de balanceo, y alisten el sistema de tracción – gritó Bernard a todo el equipo que ya estaba en la superficie. – Vamos a sacarte de aquí muchacho, – dijo – todo va a salir bien En cuestión de 3 o 4 minutos ya estaban todos listos. Bernanrd me ancló de un extremo de la polea al arnés y así empezamos el ascenso. Mientras me subían por la polea, Bernard iba subiendo por la cuerda principal al par mío, cuidando de que no golpeara con nada y al mismo tiempo dando directivas al jefe de polea – tracción, stop, tracción, stop. Decía – Al igual que yo ayudaba tratando de mantenerme separado de la pared usando mis piernas, como si caminara por la pared.

– Dios mío, ya casi salgo de aquí gracias, por un momento no lo creía posible.

Por fin había llegado al exterior, aunque aún me encontraba colgando del sistema de poleas justo sobre el agujero. Aun abría que pasar al otro sistema; sistema de tracción; para alejarme del agujero y entonces así, estar completamente a salvo. Estando colgado temía que todo pasara de nuevo, y esta vez ya nada podría hacer. Trataba de ya no pensar en eso y enfocaba más mi atención en lo que decía Bernard. Cuando de repente, justo en el cambio de sistema hubo un pequeño error que me hizo descender bruscamente aproximadamente 1 metro.

Ya no más, ya no resistiré más, y si vuelvo a caer, seguro ya no pondré resistencia.

Mi corazón se aceleró de tal manera que apenas podía respirar, pero eso fue todo, solo un susto más. ¡Tracción! – Gritó Bernard – tracción! – Gritó otra vez –, y así hasta que por fin lograron dejarme en tierra firme. De inmediato todos me felicitaron, unos con lágrimas en los ojos, otros con sonrisas, otros…. Solo me felicitaron.

Estuvieron atendiéndome y hablándome de muchas cosas que no recuerdo, no sé si para hacer el paso del tiempo más ligero; hasta la llegada de la ambulancia; o simplemente por hablar. Mientras tanto me mantuve fuerte, de pie, sonriente como si poco hubiera pasado, en espera de la llegada de la tan anhelada ambulancia pues no teníamos vehículo para trasladarnos. Pasó 1 hora y media aproximadamente hasta que llegara el transporte, para entonces los golpes en el cuerpo y la quemadura en las manos ya habían empezado a hacer efecto. Cada vez era más doloroso hacer cualquier movimiento. Una vez allí la ambulancia, me dirigí hasta ella, ni siquiera esperé a que llegara la camilla, cada paso era doloroso, pero habría de llegar a pie.

Al llegar al filo de la parte trasera de la ambulancia, me subí, tuve que acostarme boca abajo porque el dolor en la espalda era tal que no me permitía otra opción. Para colmo llevaría las manos frente a mis ojos durante todo el viaje hasta llegar al hospital, pues solo de esa manera es como los socorristas podrían estar tratando el dolor de la quemadura con agua esterilizada, de tal forma que éstas se mantuvieran frescas.

Varios llegaron a la puerta trasera del vehículo a despedirse y a desearme lo mejor. Vámonos – dijo el conductor

Tercera Parte

En todo el viaje camino al hospital solo podía pensar… ¿Qué pasará?, esto se ve horrible. Ni siquiera puedo mover las manos ¿Y cómo trabajaré sin ellas? Y mis padres, ellos me esperan mañana, y esperan verme bien. ¿Cómo puedo llegar así? Mamá, Papá. Como quisiera que estuvieran aquí conmigo ahora. Pero no puedo permitirlo, porque sé que de solo verme les dolería más a ustedes que a mí.

¿El conductor preguntó?… ¿Tienes seguro? No – dije. ¿Tienes ISSSTE?, No tampoco Entonces a donde te llevamos? No sé OK al Hospital Central entonces. Momentos después cambié de opinión y pedí que de favor me llevaran a un hospital donde me pudieran atender mejor. Me llevaron al Centro Médico, con pase directo al área de urgencias, era ya la media noche; y cuando me pidieron que bajara de la camilla de la ambulancia para pasar a otra camilla me costó un esfuerzo indescriptible, los músculos de mi cuerpo querían responder, se negaban a hacer cualquier movimiento por insignificante que pareciera.

De inmediato llegó un Médico General, y al verme y sin pensar nada mas dijo, — Hay que llamar al cirujano plástico. – Es grave? – pregunté – Solo un poco – dijo. – Pero no te preocupes hijo, por lo pronto te inyectaremos algo para el dolor. En no más de 10 minutos llegó el cirujano, le habían hecho venir desde su casa – eso es buen servicio, pensé para mis adentros a fin de tratar de mantener el buen sentido del humor – . Después de verme, me dio la impresión de que se sorprendió más que nadie, dijo – debes tener mucha fuerza muchacho, pero sobre todo mucha suerte -.

 Y de inmediato empezó la intervención. Eran las 02:00 am cuando terminó. Bien hijo, esta es la situación. Aún no sabemos con exactitud qué es lo que va a pasar, mis pronósticos por ahora son estos: 4 a 6 semanas en recuperación, tal vez necesites injertos de piel en ambas manos. Pero antes de empezar cualquier cosa hay que ver cómo reacciona tu piel al tratamiento y los medicamentos, tal vez se disminuya las regiones afectadas. ¿Ok?, – …. – Ok – Respondí Te espero en mi consultorio en una semana para darle seguimiento a la cirugía, Bye.

Ahora si estaba solo, y bien jodido. ¿Y ahora qué? Los dolores en todo el cuerpo ya eran muy fuertes, cualquier movimiento era muy limitado. Aun así, bajé de la cama con mucho esfuerzo y me dirigí a la ventanilla de cobro que estaba cerca de la salida. – ¿Cuánto debo? – pregunté – hasta cierto punto una pregunta tonta para alguien que no trae un solo centavo en la bolsa. – Son $2,500 pesos – Ha! Ok – dije – pero en realidad lo que pensé fueron puras maldiciones. ¿Y ahora qué? ¿A quién le hablo? ¿Quién diablos que yo conociera podría llegar a las 2:30am por mi y pagar $2,500 pesos? De pronto se me ocurrió alguien; no recordaba ni su número de teléfono celular, ni el de su casa; pero si el de su trabajo, porque habíamos trabajado en la misma compañía tiempo atrás. Así que llamé a su trabajo esperando que contestara un vigilante y que me pudiera dar informes. Lo único que conseguí; y de muy mala gana; fue el teléfono de su casa. Llamé nuevamente; esta ves a su casa, el teléfono sonaba y sonaba, el tiempo parecía eterno, y nadie respondía. Estaba a punto de colgar cuando escuché una voz – era la mamá de Thalio – que sonaba algo adormilada.

Mi amigo no estaba en casa, pero conseguí el número de su teléfono celular. Intenté hacer la llamada a su celular, pero no se podía, porque no estaban permitidas. — !!Pero que rayos!! — Dije entre dientes. Por favor, señorita, – dije – no tengo a nadie más a quien hablar a esta hora. Por favor deme una llamada desde el conmutador a un número celular. Ok Si – dijo la enfermera. Bueno – Bueno ¡Hola! ¿Thalio? ¿Qué onda cabrón? ¿Como estás? ¿Qué pasó?

No pasaron más de 10 minutos cuando llegaron por mí; era Zamna, su hermano y Thalio, traían dinero para pagar los gastos del hospital, pero más que eso, llegaron cuando ya nadie estaba conmigo. Aún me mantenía de pie, los recibí en la entrada con una pequeña sonrisa. Thalio pagó, y salimos del hospital, justo al salir de allí y estar en el estacionamiento las pequeñas fuerzas que me restaban se esfumaron, el dolor era horrible, no podía mantenerme en pie, y con un gran nudo en la garganta, lo único que pude decir fue… ¡Gracias por venir! Y mientras lo decía, el llanto entrecortaba las tres palabras. Súbitamente apoyé mi peso, casi total, sobre mi amigo con un abrazo de agradecimiento.

Y que, de no haber sido por eso, habría podido caer al suelo. Ya todo había terminado. Y no lo creía. Me subieron a la camioneta y nos fuimos, por un momento no hablamos nada. Pero se escuchaba una bonita canción en la radio. Tres días estuve en casa de Thalio, suficientes para recuperarme un poco y hasta entonces fui a mi casa con mis padres. Dichoso yo de verlos otra vez. Un mes después mis manos, espalda y nalga se habían recuperado considerablemente; y al mes siguiente, después de saber que no necesitaría cirugía en ningún dedo, empecé a cuevear nuevamente.

 Y ahora estoy aquí. Con la firme convicción de que una vida sin alguien que te brinde su amistad y apoyo. No puede ser llamada vida.

Nací en SLP el 22 de agosto de 1978. Desde pequeño he disfrutado el compartir mi tiempo en la naturaleza. A los 17 años inicie mi participación en un grupo de espeleología “Asociación Potosina de Espeleología y Montañismo”, en el cual se desarrollaron grandes amistades, me mantuve activo por aproximadamente 12 años en el grupo. Después de un lapso de tiempo dedicado a mi familia y mis hijos, reanudé mis actividades al aire libre pero ahora en escalada.


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11 Comments

  • Ilia Garza, octubre 14, 2020 @ 2:25 pm

    Gracias por compartir, lo leí de principio a fin.

  • Kryzdhi Morales, octubre 14, 2020 @ 4:08 pm

    Wow !! Súper bueno. Gracias por compartir

    • Israel Lopez, octubre 19, 2020 @ 10:45 am

      Que bueno que te gusto.
      La idea es crear conciencia sobre el “exceso de confianza”, un riesgo constante en todos los deportes de esta naturaleza

  • Luis Leonardo Juan Zamora Leal, octubre 14, 2020 @ 11:00 pm

    Increíble, gracias por compartir.

  • Roberto L, octubre 15, 2020 @ 10:44 pm

    Que brutal historia, me mantuvo atento todo el tiempo! Gracias por compartir

  • Francisco Aldama, octubre 17, 2020 @ 10:38 pm

    Muy increíble historia .muy entretenida la leí de principio a fin

  • Elizabeth Perales, octubre 19, 2020 @ 10:52 am

    Es la tercer vez que leo la historia y logra envolverme tanto, que logro sentir lo que relata en primera persona..
    Gracias por compartir la experiencia para todos los que en alguna modalidad practicamos deporte extremo..
    Ya sea por exceso de confianza o falta de concentración, dejamos de prestar atención a aquellos procedimientos o cargar con el material de seguridad necesario.
    A falta de cualquiera de ellos la vida ésta en riesgo.
    Excelente mensaje!!!!!
    Felicidades por esos 20 ángeles, milagro o suerte… ??????????????????

  • Víctor Valencia, octubre 19, 2020 @ 11:25 am

    Muy buena historia, deja un enorme aprendizaje, nunca te cinfies por más que tengas dominado, un error y te cuesta la vida.

  • Isaac Perez, octubre 19, 2020 @ 2:08 pm

    Una historia merecedora de ser compartida! Suerte de Pollo!

  • Mario, octubre 19, 2020 @ 3:03 pm

    Gracias por compartir Isra, mi admiracion y respeto por seguir en las actividades extremas, y sin duda tu fe y un milagro lograron que ahora nos escribas estas líneas.
    Un gran historia muy digna de compartir

  • Gerardo Carrillo C., octubre 19, 2020 @ 11:44 pm

    Que bueno que estas aquí, se de ésto, sin pena, si, fue un bendito milagro.
    Recibe un fuerte abrazo, ¡Felicitaciones!

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