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Un domingo cualquiera de competencia. De esos que te hacen dormir poco por los preparativos de la noche anterior para poder salir a tiempo hacia el destino pactado para la justa, y que a la vez te hacen soñar mucho en las pocas horas que logras conciliar al escurridizo Morfeo.

El destino sería en esta ocasión Linares Nuevo León, un bellísimo Municipio creador de las famosas Glorias, bolitas de leche quemada y otras delicias con nuez que me provocan salivación excesiva, y que sirve de remanso en el camino, para los que se dirigen al Sur por la carretera Nacional. Precisamente en este lugar, y a unos cuantos kilómetros de su cabecera, cobijado por un cañón majestuoso está un lugar que los lugareños llaman “La Cumbre”. Un espacio natural donde quien así lo decida puede ir a disfrutar una tardeada, velada o amanecer en contacto con la naturaleza, los trinos de las aves y el suave murmullo del agua resbalando por el pedregoso lecho de rio.

Pocos nos imaginábamos que ese hermoso lugar nos reservaría una de sus mejores mordidas para aquellos que nos atrevimos a retar la cordura levantándonos de la cama y lanzándonos a la aventura del ciclismo de montaña. Aunque el evento estuvo concurrido, fue notoria la ausencia de muchos corredores que tal vez prefirieron no viajar más de hora y media para competir en una pista que ya anunciaba que no sería un paseo de fin de semana. O tal vez otros mejor se lanzaron a jugar carreritas en la etapa de la Vuelta Nuevo León. El motivo que haya sido, los lugares que ocupamos los “placas amarillas” estaba en algunos casos, casi desierto. No importaba!… con ellos o sin ellos, la diversión debía continuar.

El arranque casi puntual, nos despachó a la voz de la bocina de aire del incansable Régulo Barbosa por el camino de acceso al lugar. Empedrado y con un cruce del rio, las piernas calentaron casi de inmediato el ánimo. Muchos hicimos esta competencia como lo hacen los hombres, sin haber ido a reconocer la pista, a ciegas y solo con las pláticas de los que sí pudieron ir. Al recordar las referencias de lo que seguía, el corazón aceleraba el ritmo efecto de la adrenalina que se agolpaba en las sienes y la garganta, íbamos empezando, y apenas venía lo mejor.

Del camino ancho, los verdecitos de Promosport nos dieron indicaciones de internarnos en un single de corto descenso que en una escuadra casi de 45 grados nos despachó hacia la subida más intensa que haya conocido en un serial de montaña. Una subida labrada a mano y maquina a través de la maleza de la región que apenas permitía el rebase de otros ciclistas en tramos cortos. El esfuerzo era constante, no dejando espacio de tomar respiro, rozando al competidor de a lado, pidiendo pista y dejando pasar al que traía más galleta que tú, el recorrido se empezaba a hacer largo.

Subidas tendidas, algunos pequeños remansos planos, y luego más subidas ¡Más tendidas! Hasta llegar al área deslavada, donde era prácticamente imposible rodar, ya fuera por el esfuerzo acumulado, el difícil ángulo de ataque de la pendiente, la tierra suelta y los escalones de laja que había que sortear, cargar la bici era lo más prudente. El desgaste psicológico daba inicio en esa subida, pues al parecer el terreno se volvía plano pasando esa breve escalada en modalidad duatlón, pero la sorpresa era mayor cuando te dabas cuenta que la pendiente aún seguía, y seguía ¡Y seguía!!! Casi 4 kilómetros de infame subida con piedras, tierra suelta, ramas, escalones y un microclima que ya empezaba a mermar las reservas corporales ¡Y apenas llevábamos 6 kilómetros de competencia!!!

Lo que le seguía, fue uno de los mejores descensos de montaña de un maratón. Técnica, panorámica y muy divertida, terminaba con un single que exigía más de lo que aparentaba en sus cruces de puentes de madera, sus chipotes de piedra laja y su descenso a través del pequeño bosque que nos expulsaba directo al cruce de meta, donde cerramos el primer loop para mandarnos nuevamente por un corto pero espectacular single en medio del bosque bajo. El resto era para muchos conocidos, pues en los primeros kilómetros de camino ancho con subidas y bajadas nos colocó en uno de los tramos pavimentados que pensábamos que nos daría velocidad, pero que las piernas ya resentidas del esfuerzo de la subida, les costaba obedecer las indicaciones de que fueran aún más veloces. Algunos nos mantuvimos a un paso constante, luchando contra el viento mañanero que nos exigía aún más para mantener el ritmo pedaleando a “contracorriente”.

El camino que le siguió era el mismo que en la edición pasada del Hualabicis, ya estaba señalado y era conocido. Pasando por fincas y pequeñas comunidades donde de repente el olor a leña y huevito guisado, recién hecho, alborotaba las papilas gustativas y obligaba inconscientemente a salivar con el incontrolable gruñir de las tripas, deseando un bocado de aquel manjar que solo aparecía pasajero.

Muchos recordaremos el tramo del camino amplio y empedrado que nos dirigía a la distancia hacia la carretera a Iturbide, 2 kilómetros aproximadamente de luchar contra el viento y la voluntad terminarían con una correteada que nos daría a algunos un perro suelto y agazapado debajo de un árbol, que apenas ver ciclistas en movimiento se abalanzó sobre los suculentos chamorros de los concentrados bicicleteros, arrojando una descarga de adrenalina sobre el cuerpo para esquivar los colmillos amenazadores. Era un perro listo. Mientras tú le sacabas la vuelta, por un lado, el muy canijo (literalmente) se acomodaba del otro, yo utilicé la técnica del bidón para mantenerlo a raya, arrojándole chorros de agua a diestra y siniestra hasta que logré alcanzar la carretera a Iturbide para acelerar un poco y tratar de sacar ventaja, misma que no podía recuperar El cansancio en las piernas ya hacía mella en las intenciones.

El tramo que le siguió y que se remataba con dos pequeños, pero intensos “chipotes” labrados en medio de unas lomas bajas, nos colocó nuevamente en el tramo que compartimos todos los grupos. Principiantes, intermedios y algunos avanzados rodaban por este camino visiblemente cansados, pero aún les faltaba lo mejor. El entronque con el camino que nos dirigía a la Cumbre, era de subida. El sol ya estaba a plomo y las piernas estaban a punto de reventar. El esfuerzo había sido demasiado. Para muchos fue su único encuentro con la subida deshidratante, como ya le llaman, pero para otros, los amarillos, sería la segunda cita con aquel monstruo de más de 3.5 kilómetros que sacaría lo mejor y lo peor de cada uno.

Las reservas de agua ya estaban al límite, y en muchos de los casos, estaban agotadas. Trepar aquella mole de piedras, tierra y maleza sería una faena que nos costaría más de lo que imaginamos. Nuevamente, la temperatura y la humedad en ese tramo eran densas y pesadas. El sudor bañaba todo el cuerpo de los que íbamos en la bici.

Escuché voces. Tal vez algunos ciclistas que me aventajaban iban platicando como si fuera domingo en la alameda ¡Imposible! Esa subida no da suficiente aire para hablar contigo mismo, menos con otros. Los alcancé, y eran 3 buenos amigos que estaban sentados a la vera del camino esperando que algo de su alma regresara al cuerpo para continuar y tal vez tratando de convencerse de que no había vuelta atrás, que solo para adelante se podría lograr la meta. Los saludé, me detuve para poder subir la bici a cuestas. Me dolía todo. Me pesaba tanto subir la bicicleta paso a paso empujándola cuesta arriba. El corazón me latía desaforado, las piernas temblaban, las manos me dolían y el calor me daba escalofríos que enchinaban la piel.

Lo que tenía años de no recordar, me atacó de nuevo: las náuseas. La última vez, y tal vez la única ocasión que sentí náuseas y terminé devolviendo un jugo de naranja que había consumido previamente, fue en el 2006 aproximadamente, cuando como buen ciclista novato, se me ocurrió hacer la hazaña de trepar desde el Cercado a la Cola de Caballo. En ese entonces para mí, toda una hazaña deportiva. Pero justo en la pequeña cascada antes de la curva para llegar a la Cola de Caballo, el estómago libero aparatosamente su contenido y los colores verdes y amarillos se me quedaron en el rostro de las terribles nauseas que sentí.

En la cumbre, tuve un “deja-vu” de aquel lejano entonces. Una sensación horrible, los escalofríos se apoderaban de mi cuerpo y el frio recorría mi espalda. Estaba empezando a morir despacio. Alcancé entonces a otros corredores que a un pasito a la vez intentaban avanzar hasta la siguiente cumbre. Cansados, agotados, deshidratados volteaban a verme pidiendo con misericordia un poco de agua, si es que me quedaba. No. Ya estaba seco. Había agotado mi reserva justo en el “descanso” después de la primera subida, donde ya había dos buenos amigos más decidiendo entre seguir o abdicar.

Decidí treparme a la bici y avanzar a paso neutro, casi en modo zombi. El esfuerzo de rodar de subida era menos doloroso que caminar empujando tu alma y los fierros de la bici. El espectáculo que contemplamos muchos después era desolador, ciclistas tirados en medio de la vereda con su humanidad apuntando al Creador, semiconscientes y apenas respondiendo con monosílabos guturales: – Estas bien- Preguntaba. …. –grriii- respondían.

Las casi inexistentes sombras, ya estaban ocupadas por alguien que antes que tú había decidido detenerse para cobijarse unos minutos debajo de ellas y tratar de recuperar fuerzas, o cordura para decidir si abandonaba o seguía. Los “cadáveres” de los ciclistas caídos, deshidratados y casi desmayados seguían apareciendo por todos lados. Voces de éxito gritaban desde arriba: “Yaaaa…!!! Daleeee!!! Ya es de bajada!!!” como si esta última afirmación fuera un consuelo.

El hermoso descenso de montaña se convertía ahora en una trampa que esperaba un descuido para abrazarte con sus ramas y rocas al tocar el suelo. Las piernas cansadas, la espalda dolorida, las manos entumidas, el cerebro embotado por la deshidratación hacían ese descenso difícil de sobremanera, y al llegar abajo, pensando que todo había terminado seguí el camino con un cruce de rio que te aventaba nuevamente a una subida resbalosa de piedra bola, y luego más subida hasta donde estaba el punto de hidratación, ahí donde amablemente te decía un Güero amable de solo verte sufrir: “ya nomás te faltan dos kilómetros, dale !DOS KILOMETROS! ¡En esas condiciones era una distancia larguísima, y más sabiendo que el resto era aún ese single lleno de chipotes de piedra laja y descenso técnico al final!

 

Vi como algunos de esos que, con coherencia, mejor decidieron cortar por lo sano, y buscaron la forma de omitir la última pendiente, buscando cómo entroncar la pista de regreso al atravesarse al rio. Tal vez una buena decisión, considerando que ya estaban funcionando en piloto automático, con el “radiador” a punto de estallar y la voluntad hecha pedacitos.He recorrido muchas pistas en mi vida de ciclista. Muchos decimos que el Iturbitón es la carrera más exigente del serial de Maratón “Mi querido Iturbitón…. Te presento a tu mamá!”

Definitivamente, este año se ha caracterizado por los maratones que están dejando paso a estas competencias de alto rendimiento y alta exigencia, que como bien dijera el Piloto, pone a cada quien en su lugar y vamos dejando atrás poco a poco los maratones que, ante estas condiciones, parecieran paseos de domingo en fundidora. Ahora podemos afirmar que el maratón de Mina no es nada. Casi para salir de la pista con destino a Monterrey, nos topamos con el empeñoso y emprendedor Felix, el Chino Amaya con una pierna inmovilizada producto de una caída en su moto, mientras recorría la pista en la competencia para asegurarse que todo marchara bien. Lamentablemente por hacer su trabajo para que nosotros disfrutáramos el recorrido, él sufrió un accidente que seguramente lo mantendrá fuera de circulación por algún tiempo. Felix te mandamos un saludo y un abrazo para que tu recuperación sea más rápida y que puedas quedar al 100% para seguir haciendo esto que amas, y de pasada beneficiarnos con tu pasión Cuídate y recuperarte pronto….

Ha, mi querido Felix….. y ya no traces más pistas en el GPS!!!…. lo que parece plano, no es plano de verdad… jajajaja… cuídate!

Nos vemos la siguiente edición, que seguramente será igual o más exigente que la de ayer…. Y si no lo es, pues a disfrutar el paseo, que después de esta, todo nos parecerá fundidora….

A rodar!!! Que el mundo……..

Juan José López Flores 33, años 7 años en el ciclismo de montaña y urbano

CoFundador del equipo Híbridos MTB
Lic Educación Física y Deportes

Hazañas y o carreras importantes
24horas Bicivoladores Bioparque Estrella en equipo intermedio de 3 integrantes logrando un primer lugar de categoría y primer lugar de la vuelta más rápida en las 24 horas, Ultradistancia de 10horas en bici primer lugar de categoría y primer lugar General haciendo 319.8 kilometros sacando ventaja de 9kms al segundo lugar, 3er lugar 24hrs Bicivoladores La cumbre logrando un 3er lugar abandonando carrera por bici descompuesta recorriendo 230kms en 20 hrs en un circuito de 8kms de Cross Country, mi recorrido más largo en bici son 250kms en 14 horas subiendo por Santiago y regresando por Arteaga, espero volver a hacerlo y seguir sumando muchos kilometros mientras la vida me lo permita próximo año esperemos viajemos a otros estados para explorar nuevas rutas en la bici de montaña.


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